miércoles, 27 de mayo de 2015

El agujero de la capa de ozono da una lección para el cambio climático

Hace 30 años, en mayo de 1985, investigadores británicos anunciaron algo extraordinario: se había abierto un enorme agujero en la capa de ozono sobre la Antártida. Entonces, pocos sabían qué eran los clorofluorocarburos (CFC). Solo unos cuantos científicos conocían que estos compuestos químicos estaban debilitando la protección que el ozono atmosférico ofrece contra la radiación ultravioleta del Sol. Sin embargo, la alarma fue tal, que los gobiernos del mundo tardaron apenas dos años en prohibir los CFC con el Protocolo de Montreal. Ahora, un estudio muestra qué habría pasado si los políticos hubieran tardado tanto como ahora hacen con el cambio climático.
Ya casi nadie se acuerda del agujero de la capa de ozono. Aunque cada primavera austral, regresa sobre el cielo de la Antártida, es un problema que está yendo a menos y desaparecerá con el tiempo. Pero hace 30 años, su aparición disparó la primera gran acción global contra un problema que habían generado los propios humanos.
"Sin el Protocolo de Montreal, el planeta habría experimentado un mayor debilitamiento de la capa de ozono. En unas pocas décadas, esta reducción podría haber sido catastrófica, con unos niveles de radiación ultravioleta sobre la superficie mucho mayores", dice el profesor de la Universidad de Leeds (Reino Unido), Martyn Chipperfield, coautor de un estudio que imagina cómo sería la situación si no se hubieran prohibido los CFC.
Usados desde comienzos del siglo pasado, los CFC, compuestos formados por hidrocarburos a los que se les añade cloro, flúor o bromo, eran fundamentales para la vida moderna. Eran el gas que enfriaban los refrigeradores, sacaban la espuma del bote de afeitar o dispersaban el desodorante. Entre sus ventajas tenían su supuesta condición de inertes, incapaces de desencadenar una reacción química al unirlos con otros elementos. Pero se equivocaban.
"El protocolo de Montreal es probablemente el mejor ejemplo de cómo la cooperación internacional puede solucionar problemas ambientales globales. Cuando se firmó, en 1987, no se conocían aún a fondo las causas del debilitamiento de la capa de ozono", recuerda Chipperfield. "Sin embargo, se basó en el principio de precaución: ya que no comprendemos del todo las consecuencias, debemos ser cuidadosos con lo que hacemos. Podría ser una buena lección en el debate sobre el cambio climático", añade.
Aquel protocolo acabó siendo firmado por todos los países del planeta. En sucesivas revisiones se ha ido ajustando ante la aparición de nuevos compuestos. Pero las premisa básicas, la precaución, la vigilancia, la prohibición y el obligado cumplimiento se han mantenido.

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