Los grandes ensayos clínicos, los que tratan de comprobar si un nuevo fármaco funciona y es seguro, son proyectos ciclópeos. Cumplir con las regulaciones, reunir a los expertos necesarios, reclutar a los pacientes y seguirlos durante años pueden elevar el coste de algunos de estos ensayos hasta los cientos de millones de euros, no muy lejos de las grandes misiones espaciales. Las dimensiones de esta empresa la dejan solo al alcance de unas pocas compañías farmacéuticas privadas que aportan la inversión con la esperanza de lograr ingresos aún mayores.
El Estado ha mantenido un papel de supervisión, pero también hay ensayos y enfoques en los que puede desempeñar tareas esenciales para los pacientes, pero que no interesan a las empresas. Un ejemplo sería la comparación de dos medicamentos que han salido a la vez, pero tienen la misma indicación. Ahora, para seleccionar uno u otro fármaco, la administración solo tiene la información que le proporcionan las propias empresas farmacéuticas que se lo van a vender. Además, también se puede plantear el análisis de terapias que no requieren medicamentos.
Algo parecido sucede cuando se trata de evaluar el funcionamiento de un medicamento después de un tiempo de uso. Los fármacos se ponen a prueba en ensayos con unas condiciones determinadas que no van a ser idénticas a las de su uso real donde, por ejemplo, se pueden emplear junto a otros medicamentos y de una manera menos controlada. Una vez que han logrado colocar su producto en el mercado, las farmacéuticas no tienen interés en realizar un seguimiento de la seguridad de su uso real más allá de los ensayos. Sin embargo, este tipo de pruebas tienen un gran interés para la administración, que puede detectar efectos secundarios no identificados, y, sobre todo, para los pacientes.
Para realizar este tipo de estudios sin interés comercial pero de importancia pública se creó a finales de 2013 desde el Instituto de Salud Carlos III la Plataforma de Unidades de Investigación Clínica y Ensayos Clínicos (SCReN). “La industria farmacéutica, dentro de sus objetivos, hay cosas que hace muy bien, pero deja lagunas, como las enfermedades huérfanas [enfermedades que afectan a menos de 1 persona por cada 2000], las enfermedades que no ocurren en países desarrollados o en la comparación de productos que han salido a la vez y tienen la misma indicación”, explica Emilio Vargas, responsable del Servicio de Farmacología Clínica del Hospital Clínico San Carlos de Madrid y Coordinador de la plataforma.
SCReN tiene una financiación este año de 3,47 millones de euros y en ella participan 29 centros de toda España. Su origen se encuentra en el CAIBER (Consejo Rector del Consorcio de Apoyo a la Investigación Biomédica en Red), una iniciativa impulsada por el ministerio de Sanidad para facilitar los ensayos clínicos no comerciales. Creado en una etapa de bonanza económica, acabó cerrando en 2012 para ser recuperada con una estructura más descentralizada como SCReN.
http://elpais.com/elpais/2015/05/25/ciencia/1432541986_837261.html
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